viernes, 5 de marzo de 2021

Lo que la muerte lleva

Pasaba la media noche, la ciudad comenzaba a dormir y el frio se incrementaba por el viento helado, había sido un día particularmente movido y los viajes en la ambulancia lo tenían harto; el ruido de la sirena, el aroma de la unidad, el tráfico endemoniado y el sol embravecido hacía que las noches fueran el mejor horario porque, aunque los olores y el ruido de la sirena continuaban al menos el tráfico era mucho menor y sobre todo, no había sol.

Roberto estaba recostado en el asiento del copiloto, estaba agotado después del último viaje y aún le faltaba la parte más desagradable de todo el proceso, lavar la ambulancia.

De reojo miró el reloj del tablero, si empezaba ya a limpiar estaría fuera a las tres de la mañana por lo que descendió de la ambulancia para desperezarse y empezar con el aseo y desinfección pertinente.

Caminó a la parte trasera y abrió las puertas, un ligero tufo a carne podrida exhaló del lugar, había manchas y sustancias viscosas regadas por el piso que hacían aún más desagradable el trabajo; se puso unos guantes de látex, lentes de protección y cubrebocas, encendió la kärcher y comenzó a limpiar el piso y las paredes teniendo la precaución de quitar cualquier rastro orgánico, después vendría la sanitización del lugar con químicos y al final otra tanda de agua tratada a presión era suficiente posteriormente habría que secar el interior y por último, desinfectar; pero como Roberto era bastante vago solo limpió y secó sin importarle todas las medidas sanitarias necesarias, guardó la ambulancia y se disponía a partir cuando sonó el teléfono del garaje, dudó un instante en responder pero no tenía más remedio así que se apresuró a bajar de la ambulancia y al hacerlo algo había en el suelo que le rasguñó ligeramente la mano izquierda, Roberto se revisó la palma pero solo vio una línea blanquecina de piel rota muy superficial así que solo la frotó con el pulgar de la mano derecha remojado con saliva mientras contestaba el teléfono que repiqueteaba insistentemente.

- ¿Diga?

-Roberto ¿Eres tú?

-Si ¿Quién habla?

-El comandante Arteaga

-Dígame comandante

-Hay que ir a recoger un cuerpo, Saúl no ha llegado y urge porque está en vía pública

-Es que ya me iba

-No puedes irte, no ha llegado Saúl y tienes que ir a recoger ese cuerpo, ya después te iras ¿Quién te dijo que tienes hora de salida? Te veo en mi despacho para entregarte la documentación del caso.

Inmediatamente la voz del comandante fue remplazada por un clic, señal inequívoca que había colgado, Roberto refunfuñó y pateó todo el camino pero no tenía de otra así que a regañadientes fue a la oficina del comandante para recoger los documentos.

En la ambulancia vio la dirección donde tenía que ir, confirmó en el navegador la ubicación y arrancó, seguía sin creer su mala suerte.

En minutos llegó al lugar que le habían indicado, era en las orillas de la ciudad muy cerca de uno de los burdeles más grandes y conocidos de ciudad capital; cogió los documentos y descendió, el lugar se encontraba lleno de curiosos mientras algunos policías colocaban cintas amarillas acordonando el área, los peritos ya se encontraban recolectando muestras y tomando fotografías, él solo transportaba cadáveres.

-Busco al Dr. García – preguntó al policía que se encontraba en la puerta mostrándole al mismo tiempo su identificación y los documentos que portaba.

-Es ella – respondió el policía casi sin mirarlo, indicándole a una señora madura de bata blanca y anteojos rojos con una abundante cabellera purpura casi negro.

- ¿Dra. García? – dijo Roberto mostrándole su identificación ¿Cuál es el cuerpo que hay que levantar?

La doctora lo miró de arriba abajo e hizo un gesto de desagrado, Roberto no solo era muy vago para realizar su trabajo, lo era en general y su apariencia más parecía la de un carnicero que la de alguien que trabaja transportando cuerpos humanos para el CEFO.

-Venga conmigo – respondió la doctora y lo condujo por un pasillo hasta llegar a la calle trasera y ahí estaba, ya lo tenían cubierto con una sábana blanca.

-Es todo suyo -dijo la doctora mientras le entregaba el folder con los documentos debidamente rellenados y firmados.

Roberto regresó a la ambulancia y le dio la vuelta a la manzana hasta llegar a la calle donde estaba el cuerpo, entró en reversa para facilitarle la maniobra, bajó la camilla y se dirigió al cadáver, al descubrirlo sonrió con malicia - ¡Cómo me gustan estas levantadas! – masculló para si mismo al ver que se trataba del cuerpo de una chica relativamente joven y bonita a pesar de su condición y eso le gustaba.

Roberto era nada agraciado, alto, regordete, bastante calvo para su edad y usaba unos anteojos enormes y gruesos lo que lo hacía lucir mucho más viejo de lo que era en realidad, además tenía un problema de halitosis bastante severo por lo que no dejaba de mascar chicles para enmascararlo y lo único que conseguía era agravarlo, todo él en conjunto era un repelente femenino infalible y si a eso agregamos que era un tipo bastante desagradable en su trato ya que era bastante ignorante, tosco, majadero y muy confianzudo hacía que básicamente nadie, salvo su madre y sus perros le tuvieran aprecio pero siempre había sido así, desde muy chico ya era una persona bastante incomoda.

Terminó de levantar el cuerpo y cuando estaba asegurando la camilla una idea le recorrió todo el cráneo y sonrió nuevamente, se inclinó y dijo en un susurro: -No te apures muñeca, yo te trataré bien, te voy a tratar bonito, nos vamos a divertir ya verás. Y salió de un brinco cerrando tras de si la puerta silbando una melodía inventada.

Camino a la morgue varias ideas le pasaron por la cabeza, una más pervertida que la otra pero todas sin excepción significaban ultrajar el cadáver, de manera muy grotesca la mayoría de las veces.

Cuando llegó se apuró en bajar la camilla y se dirigió a las planchas, sabía que por la hora el forense no estaría así que tendría tiempo para disfrutar de su nueva amiga, la acomodó en la plancha de en medio, ahí empezó a desnudarla y a acomodar cada prenda en una bolsa diferente, era una tarea meticulosa pero la disfrutaba ya que cada minuto que pasaba junto al cuerpo lo excitaba.

Una vez que terminó de desnudar el cuerpo sacó el teléfono celular del bolsillo de su pantalón y comenzó a fotografiarlo; con cada fotografía crecía su excitación y mientras hacía las fotos con una mano con la otra no cesaba de frotarse sobre el pantalón acariciando su miembro endurecido.

Una vez que sació su morbo fotográfico comenzó a desnudarse, no sin antes acomodar el teléfono de manera que podía videograbar todo lo que ocurriría en esa sala.

Comenzó besando suavemente sus muslos, la textura fría y rígida de la piel de agradada, poco a poco subió por el torso hasta llegar a la altura de los senos, mordisqueándolos y manoseándolos toscamente, el cuerpo pertenecía a una chica de unos veintitrés años de cuerpo delgado y bien formado, con senos voluptuosos y caderas anchas, por lo que Roberto se sentía afortunado de poder tener a una chica como ella entre sus brazos.

Se trepó como pudo y después de humedecer el pene con saliva comenzó a penetrarla, cada embestida sacudía el cuerpo y Roberto imaginaba escuchar gemidos placenteros lo que lo puso frenético y después de unos segundos terminó en una eyaculación con espasmos violentos y envestidas a un más profundas, Roberto estaba en otro mundo, creía sentir los latidos del corazón de la chica sincronizados con los suyos al igual que su respiración y así estuvo imaginando unos segundos hasta que todo pasó, abrió los ojos y se vio ahí, despatarrado sobre un cadáver inerte, tras regresar a la realidad intentó incorporarse pero al hacerlo sintió como las manos del cadáver lo tenían abrazado y no podía moverse, Roberto comenzó a asustarse y comenzó a forcejear pero mientras más lo intentaba más fuerte lo retenía el cadáver obligándolo a luchar con todas sus fuerzas para zafarse y al hacerlo se empujó de manera tan violenta que al hacerlo salió despedido hacia atrás impactándose contra una mesa de exploración reventándose la nuca muriendo casi de inmediato.

Tiempo después el médico forense entró a la morgue y encontró un espectáculo deplorable pues estaba el cuerpo de Roberto tirado, con los pantalones en los tobillos y la nuca destrozada, en la mesa de exploración de enfrente estaba el cuerpo de una mujer que tenía el reloj de Roberto en una de las manos y el piso, sobre otra mesa de exploración el celular seguía grabando.