viernes, 5 de marzo de 2021

Lo que la muerte lleva

Pasaba la media noche, la ciudad comenzaba a dormir y el frio se incrementaba por el viento helado, había sido un día particularmente movido y los viajes en la ambulancia lo tenían harto; el ruido de la sirena, el aroma de la unidad, el tráfico endemoniado y el sol embravecido hacía que las noches fueran el mejor horario porque, aunque los olores y el ruido de la sirena continuaban al menos el tráfico era mucho menor y sobre todo, no había sol.

Roberto estaba recostado en el asiento del copiloto, estaba agotado después del último viaje y aún le faltaba la parte más desagradable de todo el proceso, lavar la ambulancia.

De reojo miró el reloj del tablero, si empezaba ya a limpiar estaría fuera a las tres de la mañana por lo que descendió de la ambulancia para desperezarse y empezar con el aseo y desinfección pertinente.

Caminó a la parte trasera y abrió las puertas, un ligero tufo a carne podrida exhaló del lugar, había manchas y sustancias viscosas regadas por el piso que hacían aún más desagradable el trabajo; se puso unos guantes de látex, lentes de protección y cubrebocas, encendió la kärcher y comenzó a limpiar el piso y las paredes teniendo la precaución de quitar cualquier rastro orgánico, después vendría la sanitización del lugar con químicos y al final otra tanda de agua tratada a presión era suficiente posteriormente habría que secar el interior y por último, desinfectar; pero como Roberto era bastante vago solo limpió y secó sin importarle todas las medidas sanitarias necesarias, guardó la ambulancia y se disponía a partir cuando sonó el teléfono del garaje, dudó un instante en responder pero no tenía más remedio así que se apresuró a bajar de la ambulancia y al hacerlo algo había en el suelo que le rasguñó ligeramente la mano izquierda, Roberto se revisó la palma pero solo vio una línea blanquecina de piel rota muy superficial así que solo la frotó con el pulgar de la mano derecha remojado con saliva mientras contestaba el teléfono que repiqueteaba insistentemente.

- ¿Diga?

-Roberto ¿Eres tú?

-Si ¿Quién habla?

-El comandante Arteaga

-Dígame comandante

-Hay que ir a recoger un cuerpo, Saúl no ha llegado y urge porque está en vía pública

-Es que ya me iba

-No puedes irte, no ha llegado Saúl y tienes que ir a recoger ese cuerpo, ya después te iras ¿Quién te dijo que tienes hora de salida? Te veo en mi despacho para entregarte la documentación del caso.

Inmediatamente la voz del comandante fue remplazada por un clic, señal inequívoca que había colgado, Roberto refunfuñó y pateó todo el camino pero no tenía de otra así que a regañadientes fue a la oficina del comandante para recoger los documentos.

En la ambulancia vio la dirección donde tenía que ir, confirmó en el navegador la ubicación y arrancó, seguía sin creer su mala suerte.

En minutos llegó al lugar que le habían indicado, era en las orillas de la ciudad muy cerca de uno de los burdeles más grandes y conocidos de ciudad capital; cogió los documentos y descendió, el lugar se encontraba lleno de curiosos mientras algunos policías colocaban cintas amarillas acordonando el área, los peritos ya se encontraban recolectando muestras y tomando fotografías, él solo transportaba cadáveres.

-Busco al Dr. García – preguntó al policía que se encontraba en la puerta mostrándole al mismo tiempo su identificación y los documentos que portaba.

-Es ella – respondió el policía casi sin mirarlo, indicándole a una señora madura de bata blanca y anteojos rojos con una abundante cabellera purpura casi negro.

- ¿Dra. García? – dijo Roberto mostrándole su identificación ¿Cuál es el cuerpo que hay que levantar?

La doctora lo miró de arriba abajo e hizo un gesto de desagrado, Roberto no solo era muy vago para realizar su trabajo, lo era en general y su apariencia más parecía la de un carnicero que la de alguien que trabaja transportando cuerpos humanos para el CEFO.

-Venga conmigo – respondió la doctora y lo condujo por un pasillo hasta llegar a la calle trasera y ahí estaba, ya lo tenían cubierto con una sábana blanca.

-Es todo suyo -dijo la doctora mientras le entregaba el folder con los documentos debidamente rellenados y firmados.

Roberto regresó a la ambulancia y le dio la vuelta a la manzana hasta llegar a la calle donde estaba el cuerpo, entró en reversa para facilitarle la maniobra, bajó la camilla y se dirigió al cadáver, al descubrirlo sonrió con malicia - ¡Cómo me gustan estas levantadas! – masculló para si mismo al ver que se trataba del cuerpo de una chica relativamente joven y bonita a pesar de su condición y eso le gustaba.

Roberto era nada agraciado, alto, regordete, bastante calvo para su edad y usaba unos anteojos enormes y gruesos lo que lo hacía lucir mucho más viejo de lo que era en realidad, además tenía un problema de halitosis bastante severo por lo que no dejaba de mascar chicles para enmascararlo y lo único que conseguía era agravarlo, todo él en conjunto era un repelente femenino infalible y si a eso agregamos que era un tipo bastante desagradable en su trato ya que era bastante ignorante, tosco, majadero y muy confianzudo hacía que básicamente nadie, salvo su madre y sus perros le tuvieran aprecio pero siempre había sido así, desde muy chico ya era una persona bastante incomoda.

Terminó de levantar el cuerpo y cuando estaba asegurando la camilla una idea le recorrió todo el cráneo y sonrió nuevamente, se inclinó y dijo en un susurro: -No te apures muñeca, yo te trataré bien, te voy a tratar bonito, nos vamos a divertir ya verás. Y salió de un brinco cerrando tras de si la puerta silbando una melodía inventada.

Camino a la morgue varias ideas le pasaron por la cabeza, una más pervertida que la otra pero todas sin excepción significaban ultrajar el cadáver, de manera muy grotesca la mayoría de las veces.

Cuando llegó se apuró en bajar la camilla y se dirigió a las planchas, sabía que por la hora el forense no estaría así que tendría tiempo para disfrutar de su nueva amiga, la acomodó en la plancha de en medio, ahí empezó a desnudarla y a acomodar cada prenda en una bolsa diferente, era una tarea meticulosa pero la disfrutaba ya que cada minuto que pasaba junto al cuerpo lo excitaba.

Una vez que terminó de desnudar el cuerpo sacó el teléfono celular del bolsillo de su pantalón y comenzó a fotografiarlo; con cada fotografía crecía su excitación y mientras hacía las fotos con una mano con la otra no cesaba de frotarse sobre el pantalón acariciando su miembro endurecido.

Una vez que sació su morbo fotográfico comenzó a desnudarse, no sin antes acomodar el teléfono de manera que podía videograbar todo lo que ocurriría en esa sala.

Comenzó besando suavemente sus muslos, la textura fría y rígida de la piel de agradada, poco a poco subió por el torso hasta llegar a la altura de los senos, mordisqueándolos y manoseándolos toscamente, el cuerpo pertenecía a una chica de unos veintitrés años de cuerpo delgado y bien formado, con senos voluptuosos y caderas anchas, por lo que Roberto se sentía afortunado de poder tener a una chica como ella entre sus brazos.

Se trepó como pudo y después de humedecer el pene con saliva comenzó a penetrarla, cada embestida sacudía el cuerpo y Roberto imaginaba escuchar gemidos placenteros lo que lo puso frenético y después de unos segundos terminó en una eyaculación con espasmos violentos y envestidas a un más profundas, Roberto estaba en otro mundo, creía sentir los latidos del corazón de la chica sincronizados con los suyos al igual que su respiración y así estuvo imaginando unos segundos hasta que todo pasó, abrió los ojos y se vio ahí, despatarrado sobre un cadáver inerte, tras regresar a la realidad intentó incorporarse pero al hacerlo sintió como las manos del cadáver lo tenían abrazado y no podía moverse, Roberto comenzó a asustarse y comenzó a forcejear pero mientras más lo intentaba más fuerte lo retenía el cadáver obligándolo a luchar con todas sus fuerzas para zafarse y al hacerlo se empujó de manera tan violenta que al hacerlo salió despedido hacia atrás impactándose contra una mesa de exploración reventándose la nuca muriendo casi de inmediato.

Tiempo después el médico forense entró a la morgue y encontró un espectáculo deplorable pues estaba el cuerpo de Roberto tirado, con los pantalones en los tobillos y la nuca destrozada, en la mesa de exploración de enfrente estaba el cuerpo de una mujer que tenía el reloj de Roberto en una de las manos y el piso, sobre otra mesa de exploración el celular seguía grabando.

jueves, 21 de marzo de 2013

Estación

Antes de salir se aseguró de no dejar la ventana abierta, ya en alguna ocasión lo olvidó  y una tormenta vespertina terminó con un par de libros de la biblioteca, mismos que había tenido que pagar por lo que desde ese día lo último que hacía antes de salir era revisar las ventanas.

Salió a toda prisa y descendió los cuatro pisos casi volando, le urgía llegar a la central de trenes antes de las dos de la tarde, quería estar ahí en el momento que las puertas de los vagones se abrieran y ella apareciera en medio de esa marea de gente desconocida y apática iluminando con su presencia la estación entera.

Llegó a la estación y buscó un lugar para esperar, estaba tan ansiosa que no dejaba de retorcer entre sus dedos el cinto de cuero que colgaba de una de sus pulseras.

Levantó la vista hacia el enorme reloj que dominaba el centro de la estación, aún era temprano, faltaban poco más de cuarenta y cinco minutos para que llegase el tren por lo que decidió ir a por un café, al fin y al cabo la cafetería estaba en la segunda planta por lo que no perdería de vista ni un instante ni el andén ni la plataforma.

Era una construcción muy sencilla pero enorme, en la parte baja y rodeando los andenes y plataforma había restaurantes y boutiques de mediana moda, en la parte superior había cafeterías, quioscos y establecimientos de diversos artículos; al igual que en la planta baja estaba ubicadas al rededor de los andenes con la peculiaridad que había una especie de mirador que permitía tener una perspectiva aérea de la llegada de los trenes, y de la gente.

Se recargó en el barandal y miró las vías durante unos segundos, imaginó que su vida corría por ellas y ella era la locomotora, sonrío después de unos instantes y caminó de regreso a una banca de madera, ahora con un café en una mano y un libro en la otra.

Tomó asiento, acomodó a su lado el libro y cuidadosamente puso el café a un lado del libro. Hurgó dentro de su bolso de mano y sacó una cajetilla de Baronet completamente arrugada buscando un cigarrillo, no hubo suerte, el único que había estaba roto en dos partes, tendría que comprar cigarros, instintivamente miró el enorme reloj de nuevo, quince minutos no eran suficientes para ir y regresar, tendría que adquirirlos de regreso, no le importaba porque estaría con ella, no necesitaba más.

Dio un pequeño sorbo al vaso de café, aún estaba demasiado caliente para ella y el vapor le quemó un poco el labio superior.

Siempre se te olvida soplarle – se dijo mentalmente.

Mientras sonreía destapó el café para que se enfriara un poco y pudiera beber al fin un buen trago, le urgía una dosis de café, seguía ansiosa, al fin estarían juntas después de un largo tiempo y eso le inyectaba una euforia incontrolable, el corazón le latía tan aprisa que lo sentía retumbar en la cabeza. Tras soplar un par de ocasiones repitió el sorbo, la temperatura era optima por lo que el café inundó sus papilas y dilató sus pupilas despertándola casi de golpe, nuevamente levantó la mirada hacía el reloj, aún faltaban diez minutos.

Puso a un lado su café, abrió el libro en la página veintidós y leyó:
 “Ya para entonces me había dado cuenta de que buscar era mi signo, emblema de los que salen de noche sin propósito fijo, razón de los matadores de brújulas.”

Levantó la mirada hacia la plataforma y suspiró. El párrafo extrañamente le hizo ruido en la cabeza y volvió a re leerlo un par de veces, cada vez carecía más de sentido y continuó leyendo. Unos párrafos más adelante decía:
“No me parece que la luciérnaga extraiga mayor suficiencia del hecho incontrovertible de que es una de las maravillas más fenomenales de este circo, y sin embargo basta suponerle una conciencia para comprender que cada vez que se le encandila la barriguita el bicho de luz debe sentir como una cosquilla de privilegio”

Cerró el libro y sin alzar la mirada se imaginó que la estación era una carpa de circo llena de bichos de diversas especies y que las luciérnagas eran considerados seres divinos por ser los únicos con luz propia. Solía tener esa clase de ideas disparatadas.

Miró nuevamente el reloj, eran las dos en punto y la plataforma seguía vacía, los andenes cada vez se llenaban más de la marea humana, afortunadamente la ubicación de la banca le permitía ver la salida principal por lo que no importaba que tan lleno estuviera, le vería salir.

Dos minutos después el ruido característico de la locomotora inundó el lugar, la gente se arremolinaba cerca de las entradas para poder ingresar al tren.

Tras el clásico silbido se abrieron las puertas del costado derecho y un vomito de gente emergió de aquella bestia de metal. Cientos de personas salían, algunos corrían pero la mayoría caminaba tranquilamente, desplazándose perezosamente deteniendo y obstaculizando la salida.

Tomo su libro y su café preparándose para ir a su encuentro, espero parada ahí al borde de la banca a que la gente se dispersara un poco, no perdió de vista la puerta da salida, vio como poco a poco se vaciaban los andenes, unos desaparecían dentro de la bestia metálica, otros tras la única salida pero no estaba ella.

Miraba rápidamente con los ojos abiertos de manera desmedida moviendo la cabeza de un lado a otro intentando ver a alguien que no estaba ahí.

Cuando partió el tren y se vació la estación se sentó de nuevo en la banca, dio un trago al café, ya estaba demasiado frío y al meter la mano al bolso recordó que tampoco tenía cigarrillos. Respiró profundo y levantó la mirada hacia el cielo de lona que cubría la estación intentando serenarse y re componer sus ideas. Nuevamente se había quedado esperándola en la estación, ahora estaba segura que al regresar a su apartamento escucharía en el contestador.

“carajo te marque para avisarte que no iba a poder ir pero ya te habías salido, pinche gusto el tuyo de no querer usar celular, te marco más tarde, te quiero. No te enojes ¿Si? Besos”

¿Cuántas veces se lo había hecho? ¿Cinco, tal vez seis?

-Tengo que dejar de hacer esto.

Mientras se decía esto tomó el libro y extrañamente se resbaló de entre sus dedos. Al caer quedó abierto en una página y al inclinarse para recogerlo sin querer leyó el siguiente párrafo:
“Ahora la Maga no estaba en mi camino, y aunque conocíamos nuestros domicilios, cada hueco de nuestras dos habitaciones de falsos estudiantes en París, cada tarjeta postal abriendo una ventanita Braque o Ghirlandaio o Max Ernst contra las molduras baratas y los papeles chillones, aun así no nos buscaríamos en nuestras casas. “

Levantó el libro, lo cerró, lo dejó sobre la banca y se alejó vociferando 

-¡Anda a decir frases filosóficas a otros yo renuncio!

Necesitaba comprar cigarrillos y un café caliente, además un relámpago iluminó el cielo, había empezado a llover.

lunes, 18 de marzo de 2013

D y E

La sangre goteaba de a poco sobre el lava manos, el piso del baño estaba completamente húmedo y el vapor inundaba la habitación.

-Diana abre la puerta – gritaba desde el otro extremo Eduardo mientras aporreaba con pies y manos las tablas que conformaban la puerta, sin embargo del otro lado no había respuesta, solo se escuchaba agua correr y música pero Diana no respondía.

Eduardo se deslizó por la puerta hasta quedar de rodillas para poder mirar por debajo sin embargo solo podía ver los pies de Diana y la ropa de esta al lado de la tina de baño, nada más, el vapor estaba tan denso que no le permitía ver nada más allá de eso.

-Diana sé que estás enojada conmigo, perdón, me equivoqué ok, perdóname y abre la puerta, déjame explicarte que pasó. Sin embargo no obtuvo  respuesta alguna.

Eduardo se cubrió el rostro con las manos mientras golpeaba un par de veces más la puerta con la cabeza sin dejar de decir – Diana, ábreme y perdóname.

Diana estaba sentada en el escusado con una mano dentro de la tina de baño y la otra en el lava manos, hacía media hora que se había encerrado en el baño para lavarse pero no pudo más con la imagen que miró en el espejo al estar desnuda, odiaba lo que veía y decidió ponerle fin. No es que lo estuviera planeando o lo hubiera pensado con antelación, no, solo fue algo que sucedió y punto.

Estaba ahí parada frente al espejo  viendo un ser amorfo, un monstruo más parecido a una Gorgona que a una niña casi adolescente y no pudo más, cogió las tijeras y corto ambas muñecas. La sangre brotó de inmediato, Diana se sentó y cerró los ojos esperando el momento de su muerte, el dolor lentamente se transformó en un sopor que al cabo de unos minutos le subía por los brazos hasta tenerla cogida por la cabeza y comenzó a desvanecerse, allí mismo, en el cuarto de baño donde había sido ultrajada por el único ser que ella creía que la quería, Eduardo, su héroe y  hermano mayor.

miércoles, 5 de octubre de 2011

Azar

Cuando abrió los ojos pudo notar que se encontraba completamente solo, lo único que había en la habitación aparte de él era una cama, un sillón y una mesa con una botella de vino tinto y una cajetilla con cigarros, nada más, pero aparte de él no había nadie más.

Permaneció tendido en la cama algún tiempo, no sabía a ciencia cierta qué día era, si aún era de noche o era de tarde, sencillamente no lo sabía y por ningún lado de la habitación se veía ventana o puerta alguna, lo que le perturbó aún más, ¿Cómo carajos llegué aquí?

Caminó hasta la mesa y encendió uno de los cigarrillos, la sensación de la nicotina entrando en su cuerpo le provoco un leve mareo, eso le agradó, destapó la botella de vino y le dio un trago, el vino recorrió la lengua y descendió por la garganta refrescándola un poco, dejándole un gusto afrutado, le dio otra calada al cigarro mientras avanzaba hacia el sillón contemplando todo a su alrededor y pudo percibir algunos detalles, como que el lugar estaba perfectamente iluminado sin embargo no podía distinguir la fuente de tanta iridiscencia, no había lámpara alguna o algún agujero por donde se filtrase la luz, no, nada, como si la luz surgiera de los muros y del techo formando una burbuja de luz por toda el área.

Terminó su cigarrillo y arrojó la colilla el suelo, pisándola al incorporarse, se dirigió a la cama, se recostó y cerró los ojos quedándose dormido casi al instante.

Un estruendo lo despertó con sobresalto, obligándolo a mirar en todas direcciones y justo sobre el sillón percibió un bulto. En el suelo estaban los fragmentos de la botella de vino y la cajetilla semivacía, él se incorporó y caminó lentamente, tallándose los ojos con las palmas de las manos, en verdad no entendía nada de lo que sucedía, repentinamente aparecía ahí y ahora esto, y la pregunta seguía flotando en el aire ¿Cómo carajos llegué aquí?

Conforme si iba acercando al sillón podía distinguir que se trataba de una chica y aún más preguntas asaltaron su cabeza, ¿De qué se trataba todo esto? ¿Quién es su compañera? ¿Cómo carajos llegó ahí? ¿Ahora que seguía? ¿Cómo saldrían de ahí?

Al llegar a la orilla del sillón la miró, era muy hermosa por cierto, con un rostro casi infantil, angelical. La contempló durante unos instantes, recorriendo su rostro con la mirada, subía por sus labios, por su nariz, recorría sus mejillas y descendía nuevamente hasta sus labios y continuaba descendiendo hasta llegar a su cuello; no avanzó más, cerró los ojos y dio media vuelta para casi impactarse con la mesa. Justo en ese momento se dio cuenta que la mesa era un poco más grande, al igual que la cama y el sillón, sobre la mesa había una botella de vino tinto y una de vino blanco, en el centro había una charola con quesos, carnes frías y aceitunas, dos cajetillas de cigarros y una libreta en blanco.

Él se quedó helado, ahora menos entendía lo que estaba sucediendo, desconcertado miraba por todos lados, de la chica a la mesa, de la mesa a la chica, de vuela a la cama y nuevamente a la mesa, estiró l brazo y tocó la botella de vino blanco, estaba húmeda y helada, con la temperatura exacta, la destapó y se sirvió en una de las copas que había sobre la mesa, el choque del vino con el cristal le provocó un gusto indescriptible, estas texturas le agradaban de sobremanera y el aroma que desprendía el vino inundaba todo el lugar.

¿Me regalas un poco? – escuchó a sus espaldas.

Al escucharla una descarga eléctrica le recorrió la espalda, era una voz melódica, aterciopelada y dulce.

Claro, tinto o blanco – respondió sin siquiera mirar, quería evitar verla de frente.
Blanco está bien gracias – y guardó silencio.

Un instante después le extendía una copa llena hasta la mitad mientras el terminaba de llenar la segunda copa, y aún no se atrevía a mirarla de frente.

Una vez que hubo llenado su copa sacó un cigarrillo, lo encendió y solo después de la segunda calada volteó a mirarla. Sus ojos eran hermosos, de un azul celeste claro, con una mirada penetrante y tierna al mismo tiempo, unos ojos enormes y expresivos que le robaron toda su atención.

¿Me regalas un cigarro? – dijo ella después de darle un pequeño sorbo a su copa.

El extendió la cajetilla y después dio un paso al frente para encenderle el cigarrillo, ella dio una calada profunda, contuvo el humo unos instantes y lanzó una bocanada de humo azul, mientras fumaba miraba la habitación sin mencionar una sola palabra, al igual que él intentaba comprender que estaba sucediendo, como había llegado ahí y como iba a salir de esa situación, pero había algo más que la inquietaba, ¿Quién era él, como se llama, sabrá algo que yo no?

¿Cómo? te llamas – preguntó él.
Sofía y ¿Tú?
Raúl
Y me imagino que no tienes la menor idea de que hacemos aquí, como llegamos aquí y que es lo que vamos a hacer.
No, no tengo ningún de esas respuestas – dijo Raúl – yo llegué aquí poco antes que tu, no sé cuantas horas, pero realmente poco, así que, creo que lo mejor es pensar juntos, y buscar juntos una salida o solución.

Sofía asintió con la cabeza y comenzaron a charlar, hablaron de miles de cosas, empezaron a contarse sus vidas respectivamente, coincidió que habían estudiado en la misma primaria, solo que ella iba tres años debajo de él, también pertenecían a la misma clase de natación y que era muy probable que en alguna ocasión se hubiesen visto en la sala de espera de la alberca publica a la que acudían los miércoles y viernes.

Mientras charlaban las botellas de vino se fueron vaciando, la charola de quesos esfumando y los cigarros consumiendo, charlaron largo tiempo, hablaron de todo un poco, contaron chistes y cantaron canciones, no sabían cuanto tiempo había transcurrido desde la primer copa de vino pero eso parecía ya no importarles, se estaban comunicando de maravilla, se sentían increíblemente bien juntos, sentían que estaban haciendo una comunión especial, que estaban creando algo, que estaban llegando a algún lado con todo esto.

Se levantaron torpemente del sillón entre risas y carcajadas, estaban ebrios y felices, caminaron abrazados cantando una canción de la infancia hasta llegar a la cama, allí se detuvieron mirándose a los ojos y guardaron silencio, sus labios se unieron en un pequeño y tierno beso, solo un roce de labios, un leve contacto.
Se desplomaron en la cama y se quedaron dormidos, instintivamente ella lo abrazo por detrás y así entraron en sueño profundo.

 Cuando Raúl abrió los ojos se sobresaltó, Sofía lo abrazaba por la espalda y se encontraban en una habitación, pero no era la misma, esta estaba completamente amueblada, con tocador, buros, espejo y ropa tanto de hombre como de mujer, y lo más importante, tenía puertas.

Raúl se incorporó y caminó hacia el tocador donde había varios portarretratos, en todas y cada una de las fotos estaban juntos, parecía que Sofía y él llevaban algún tiempo así, juntos y felices.  Salió de la habitación y por todo el apartamento había indicios de que efectivamente hacía años estaban juntos. Fue hasta la puerta principal y en la chapa colgaba un llavero con una foto, en ella aparecían nuevamente ambos, pero en esta ocasión la foto había sido tomada dentro de la habitación en que se habían conocido, Raúl miraba la foto y sonreía, jamás se había sentido tan bien y tan en paz, en verdad sentía que su vida era completa y que estaba feliz.

Regresó a la habitación y desde la puerta miro a Sofía tendida en medio de la cama, en verdad le parecía hermosa, perfecta, se acerco a ella y la abrazo, ella sin abrir los ojos lo jaló, lo beso tiernamente en los labios y también lo abrazó, mientras se encontraban fundidos en ese abrazo entendieron algo, no importaba desde hacía cuanto se conocían, lo importante era que se amaban y que estaban juntos, lo demás podía haber sido un sueño o simplemente un cuento.

jueves, 8 de abril de 2010

Lluvia


Es tarde, afuera llueve y la tristeza del ambiente
me seduce poco a poco,
intentando sumergirme en sus lágrimas saldas.

Miro como inunda la calle,
súbitamente rompe en llanto y se desploma el cielo.

Ante ese espectáculo solo alcanzo a sonreír,
encender un cigarrillo y darle un sorbo a mi expresso.

Beberé y fumaré hasta que el cielo deje de llorar.

lunes, 1 de marzo de 2010

Credo


Cuenta la mentira que cierto día entró al mundo, montado sobre un burro blanco un ser que decía ser divino, instantáneamente los ignorantes, los pobres, los idiotas, los cobardes, los necesitados, los débiles mentales y los locos, sobre todo los locos creyeron la mentira, entregándose en cuerpo y alma a lo que el estafador decía, creyeron ciegamente en Él.

Creían estúpidamente que Él era su salvación, que Él llenaría sus deplorables vidas, que Él calmaría todos sus males, todas sus desgracias, su mala suerte. Sin embargo solo consiguieron sufrimiento y vacio, creyeron que si le construían templos Él los arrancaría de las garras del “maligno”, sin embargo lo que consiguieron fue un pase directo al lugar donde el sol es eterno, quema, atormenta, olvida.

El resto del mundo solo miraba, estupefactos, no entendían como una mentira, una gran mentira producía tanta demencia entre los que se autodenominaban “los elegidos”. Con Él llegó el terror a pensar, a decir No, a aceptar la verdad, simplemente, terror a ser.

Muerte, destrucción, hambre, odio, miedo, corrupción, perversión, infamia, traición, ignorancia, ceguera, retroceso, impunidad, racismo, desigualdad, locura.

Llenó el mundo de tanta mierda que aún hoy, después de dos mil años, el mundo sigue inundado, podrido, enemistado y cargado de odio.

Y pensar que ellos creen que son la luz de estas tinieblas, sin darse cuenta que ellos mismos han creado tanta oscuridad.

martes, 3 de noviembre de 2009

Noviembre 005


Partiendo de un punto vago,
confuso,
el tiempo se funde en un instante
y parte por el medio mi vida.

Necesito una línea de luz donde aferrarme,
necesito un instante de paz para encontrarme,
necesito sentir de nuevo mi vida.

Me aferro a un pasado que ya no existe,
a un futuro que cada vez es más lejano.

Descubro tras un instante que mis pasos
se van quedando perdidos tras mi sombra,
yo recuerdo que algún día fui feliz.

Oscuridad bajo mi mirada,
solamente descubro mis manos gritando nuevamente de dolor
en silencio,
mis lagrimas nuevamente crean un caudal ensangrentado
que inunda mis noches perpetuas,
nuevamente he dejado de reír.

No tengo ni idea de lo que es el amor,
ya no consigo enfocar mi camino,
las puertas se han cerrado, el telón ha caído y mi corazón
sangra de nuevo.

¿Será que soy el culpable de mi propia desdicha?

¿Qué me empeño en destruir lo soñado?

¿Que ya no recuerdo quien solía ser?

Muero cada vez que recuerdo sus manos,
muero cada vez que entre sueños escucho su voz
la luna continua en mi ventana,
las estrellas han dejado de llorar,
mañana nuevamente sangrará el día y yo
simplemente
volveré a llorar.