Antes de salir se aseguró de no dejar la ventana abierta, ya
en alguna ocasión lo olvidó y una tormenta
vespertina terminó con un par de libros de la biblioteca, mismos que había
tenido que pagar por lo que desde ese día lo último que hacía antes de salir
era revisar las ventanas.
Salió a toda prisa y descendió los cuatro pisos casi volando,
le urgía llegar a la central de trenes antes de las dos de la tarde, quería
estar ahí en el momento que las puertas de los vagones se abrieran y ella apareciera
en medio de esa marea de gente desconocida y apática iluminando con su
presencia la estación entera.
Llegó a la estación y buscó un lugar para esperar, estaba tan
ansiosa que no dejaba de retorcer entre sus dedos el cinto de cuero que colgaba
de una de sus pulseras.
Levantó la vista hacia el enorme reloj que dominaba el
centro de la estación, aún era temprano, faltaban poco más de cuarenta y cinco
minutos para que llegase el tren por lo que decidió ir a por un café, al fin y
al cabo la cafetería estaba en la segunda planta por lo que no perdería de
vista ni un instante ni el andén ni la plataforma.
Era una construcción muy sencilla pero enorme, en la parte
baja y rodeando los andenes y plataforma había restaurantes y boutiques de
mediana moda, en la parte superior había cafeterías, quioscos y establecimientos
de diversos artículos; al igual que en la planta baja estaba ubicadas al rededor
de los andenes con la peculiaridad que había una especie de mirador que permitía
tener una perspectiva aérea de la llegada de los trenes, y de la gente.
Se recargó en el barandal y miró las vías durante unos
segundos, imaginó que su vida corría por ellas y ella era la locomotora, sonrío
después de unos instantes y caminó de regreso a una banca de madera, ahora con
un café en una mano y un libro en la otra.
Tomó asiento, acomodó a su lado el libro y cuidadosamente puso
el café a un lado del libro. Hurgó dentro de su bolso de mano y sacó una
cajetilla de Baronet completamente
arrugada buscando un cigarrillo, no hubo suerte, el único que había estaba roto
en dos partes, tendría que comprar cigarros, instintivamente miró el enorme
reloj de nuevo, quince minutos no eran suficientes para ir y regresar, tendría
que adquirirlos de regreso, no le importaba porque estaría con ella, no necesitaba
más.
Dio un pequeño sorbo al vaso de café, aún estaba demasiado
caliente para ella y el vapor le quemó un poco el labio superior.
Siempre se te olvida soplarle – se dijo mentalmente.
Mientras sonreía destapó el café para que se enfriara un
poco y pudiera beber al fin un buen trago, le urgía una dosis de café, seguía
ansiosa, al fin estarían juntas después de un largo tiempo y eso le
inyectaba una euforia incontrolable, el corazón le latía tan aprisa que lo sentía
retumbar en la cabeza. Tras soplar un par de ocasiones repitió el sorbo, la
temperatura era optima por lo que el café inundó sus papilas y dilató sus
pupilas despertándola casi de golpe, nuevamente levantó la mirada hacía el
reloj, aún faltaban diez minutos.
Puso a un lado su café, abrió el libro en la página veintidós
y leyó:
“Ya para entonces me había dado cuenta de que buscar era mi signo,
emblema de los que salen de noche sin propósito fijo, razón de los matadores de
brújulas.”
Levantó la mirada hacia la plataforma y suspiró. El párrafo
extrañamente le hizo ruido en la cabeza y volvió a re leerlo un par de veces,
cada vez carecía más de sentido y continuó leyendo. Unos párrafos más adelante decía:
“No me parece que la
luciérnaga extraiga mayor suficiencia del hecho incontrovertible de que es una
de las maravillas más fenomenales de este circo, y sin embargo basta suponerle
una conciencia para comprender que cada vez que se le encandila la barriguita
el bicho de luz debe sentir como una cosquilla de privilegio”
Cerró el libro y sin alzar la mirada se imaginó que la
estación era una carpa de circo llena de bichos de diversas especies y que las luciérnagas
eran considerados seres divinos por ser los únicos con luz propia. Solía tener
esa clase de ideas disparatadas.
Miró nuevamente el reloj, eran las dos en punto y la plataforma
seguía vacía, los andenes cada vez se llenaban más de la marea humana, afortunadamente
la ubicación de la banca le permitía ver la salida principal por lo que no
importaba que tan lleno estuviera, le vería salir.
Dos minutos después el ruido característico de la locomotora
inundó el lugar, la gente se arremolinaba cerca de las entradas para poder
ingresar al tren.
Tras el clásico silbido se abrieron las puertas del costado
derecho y un vomito de gente emergió de aquella bestia de metal. Cientos de
personas salían, algunos corrían pero la mayoría caminaba tranquilamente, desplazándose
perezosamente deteniendo y obstaculizando la salida.
Tomo su libro y su café preparándose para ir a su encuentro,
espero parada ahí al borde de la banca a que la gente se dispersara un poco, no
perdió de vista la puerta da salida, vio como poco a poco se vaciaban los
andenes, unos desaparecían dentro de la bestia metálica, otros tras la única salida
pero no estaba ella.
Miraba rápidamente con los ojos abiertos de manera desmedida
moviendo la cabeza de un lado a otro intentando ver a alguien que no estaba ahí.
Cuando partió el tren y se vació la estación se sentó de
nuevo en la banca, dio un trago al café, ya estaba demasiado frío y al meter la mano al
bolso recordó que tampoco tenía cigarrillos. Respiró profundo y levantó la
mirada hacia el cielo de lona que cubría la estación intentando serenarse y re
componer sus ideas. Nuevamente se había quedado esperándola en la estación,
ahora estaba segura que al regresar a su apartamento escucharía en el
contestador.
“carajo te marque para avisarte que no iba a poder ir pero
ya te habías salido, pinche gusto el tuyo de no querer usar celular, te marco
más tarde, te quiero. No te enojes ¿Si? Besos”
¿Cuántas veces se lo había hecho? ¿Cinco, tal vez seis?
-Tengo que dejar de hacer esto.
Mientras se decía esto tomó el libro y extrañamente se
resbaló de entre sus dedos. Al caer quedó abierto en una página y al inclinarse para recogerlo sin querer leyó el siguiente párrafo:
“Ahora la Maga no
estaba en mi camino, y aunque conocíamos nuestros domicilios, cada hueco de nuestras
dos habitaciones de falsos estudiantes en París, cada tarjeta postal abriendo
una ventanita Braque o Ghirlandaio o Max Ernst contra las molduras baratas y
los papeles chillones, aun así no nos buscaríamos en nuestras casas. “
Levantó el libro, lo cerró, lo dejó sobre la banca y se
alejó vociferando
-¡Anda a decir frases filosóficas a otros yo renuncio!
Necesitaba comprar cigarrillos y un café caliente, además un
relámpago iluminó el cielo, había empezado a llover.
1 comentario:
Muy bueno !!!
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