jueves, 21 de marzo de 2013

Estación

Antes de salir se aseguró de no dejar la ventana abierta, ya en alguna ocasión lo olvidó  y una tormenta vespertina terminó con un par de libros de la biblioteca, mismos que había tenido que pagar por lo que desde ese día lo último que hacía antes de salir era revisar las ventanas.

Salió a toda prisa y descendió los cuatro pisos casi volando, le urgía llegar a la central de trenes antes de las dos de la tarde, quería estar ahí en el momento que las puertas de los vagones se abrieran y ella apareciera en medio de esa marea de gente desconocida y apática iluminando con su presencia la estación entera.

Llegó a la estación y buscó un lugar para esperar, estaba tan ansiosa que no dejaba de retorcer entre sus dedos el cinto de cuero que colgaba de una de sus pulseras.

Levantó la vista hacia el enorme reloj que dominaba el centro de la estación, aún era temprano, faltaban poco más de cuarenta y cinco minutos para que llegase el tren por lo que decidió ir a por un café, al fin y al cabo la cafetería estaba en la segunda planta por lo que no perdería de vista ni un instante ni el andén ni la plataforma.

Era una construcción muy sencilla pero enorme, en la parte baja y rodeando los andenes y plataforma había restaurantes y boutiques de mediana moda, en la parte superior había cafeterías, quioscos y establecimientos de diversos artículos; al igual que en la planta baja estaba ubicadas al rededor de los andenes con la peculiaridad que había una especie de mirador que permitía tener una perspectiva aérea de la llegada de los trenes, y de la gente.

Se recargó en el barandal y miró las vías durante unos segundos, imaginó que su vida corría por ellas y ella era la locomotora, sonrío después de unos instantes y caminó de regreso a una banca de madera, ahora con un café en una mano y un libro en la otra.

Tomó asiento, acomodó a su lado el libro y cuidadosamente puso el café a un lado del libro. Hurgó dentro de su bolso de mano y sacó una cajetilla de Baronet completamente arrugada buscando un cigarrillo, no hubo suerte, el único que había estaba roto en dos partes, tendría que comprar cigarros, instintivamente miró el enorme reloj de nuevo, quince minutos no eran suficientes para ir y regresar, tendría que adquirirlos de regreso, no le importaba porque estaría con ella, no necesitaba más.

Dio un pequeño sorbo al vaso de café, aún estaba demasiado caliente para ella y el vapor le quemó un poco el labio superior.

Siempre se te olvida soplarle – se dijo mentalmente.

Mientras sonreía destapó el café para que se enfriara un poco y pudiera beber al fin un buen trago, le urgía una dosis de café, seguía ansiosa, al fin estarían juntas después de un largo tiempo y eso le inyectaba una euforia incontrolable, el corazón le latía tan aprisa que lo sentía retumbar en la cabeza. Tras soplar un par de ocasiones repitió el sorbo, la temperatura era optima por lo que el café inundó sus papilas y dilató sus pupilas despertándola casi de golpe, nuevamente levantó la mirada hacía el reloj, aún faltaban diez minutos.

Puso a un lado su café, abrió el libro en la página veintidós y leyó:
 “Ya para entonces me había dado cuenta de que buscar era mi signo, emblema de los que salen de noche sin propósito fijo, razón de los matadores de brújulas.”

Levantó la mirada hacia la plataforma y suspiró. El párrafo extrañamente le hizo ruido en la cabeza y volvió a re leerlo un par de veces, cada vez carecía más de sentido y continuó leyendo. Unos párrafos más adelante decía:
“No me parece que la luciérnaga extraiga mayor suficiencia del hecho incontrovertible de que es una de las maravillas más fenomenales de este circo, y sin embargo basta suponerle una conciencia para comprender que cada vez que se le encandila la barriguita el bicho de luz debe sentir como una cosquilla de privilegio”

Cerró el libro y sin alzar la mirada se imaginó que la estación era una carpa de circo llena de bichos de diversas especies y que las luciérnagas eran considerados seres divinos por ser los únicos con luz propia. Solía tener esa clase de ideas disparatadas.

Miró nuevamente el reloj, eran las dos en punto y la plataforma seguía vacía, los andenes cada vez se llenaban más de la marea humana, afortunadamente la ubicación de la banca le permitía ver la salida principal por lo que no importaba que tan lleno estuviera, le vería salir.

Dos minutos después el ruido característico de la locomotora inundó el lugar, la gente se arremolinaba cerca de las entradas para poder ingresar al tren.

Tras el clásico silbido se abrieron las puertas del costado derecho y un vomito de gente emergió de aquella bestia de metal. Cientos de personas salían, algunos corrían pero la mayoría caminaba tranquilamente, desplazándose perezosamente deteniendo y obstaculizando la salida.

Tomo su libro y su café preparándose para ir a su encuentro, espero parada ahí al borde de la banca a que la gente se dispersara un poco, no perdió de vista la puerta da salida, vio como poco a poco se vaciaban los andenes, unos desaparecían dentro de la bestia metálica, otros tras la única salida pero no estaba ella.

Miraba rápidamente con los ojos abiertos de manera desmedida moviendo la cabeza de un lado a otro intentando ver a alguien que no estaba ahí.

Cuando partió el tren y se vació la estación se sentó de nuevo en la banca, dio un trago al café, ya estaba demasiado frío y al meter la mano al bolso recordó que tampoco tenía cigarrillos. Respiró profundo y levantó la mirada hacia el cielo de lona que cubría la estación intentando serenarse y re componer sus ideas. Nuevamente se había quedado esperándola en la estación, ahora estaba segura que al regresar a su apartamento escucharía en el contestador.

“carajo te marque para avisarte que no iba a poder ir pero ya te habías salido, pinche gusto el tuyo de no querer usar celular, te marco más tarde, te quiero. No te enojes ¿Si? Besos”

¿Cuántas veces se lo había hecho? ¿Cinco, tal vez seis?

-Tengo que dejar de hacer esto.

Mientras se decía esto tomó el libro y extrañamente se resbaló de entre sus dedos. Al caer quedó abierto en una página y al inclinarse para recogerlo sin querer leyó el siguiente párrafo:
“Ahora la Maga no estaba en mi camino, y aunque conocíamos nuestros domicilios, cada hueco de nuestras dos habitaciones de falsos estudiantes en París, cada tarjeta postal abriendo una ventanita Braque o Ghirlandaio o Max Ernst contra las molduras baratas y los papeles chillones, aun así no nos buscaríamos en nuestras casas. “

Levantó el libro, lo cerró, lo dejó sobre la banca y se alejó vociferando 

-¡Anda a decir frases filosóficas a otros yo renuncio!

Necesitaba comprar cigarrillos y un café caliente, además un relámpago iluminó el cielo, había empezado a llover.